martes, 10 de mayo de 2011

Nuevo libro de Gonzalo Unamuno


Este jueves 12 de mayo se va a estar presentando el nuevo libro de poesía de Gonzalo Unamuno “Distancia que nadie ocupará” de Ediciones del Dock.

La presentación va a estar a cargo del poeta Osvaldo Bossi, y va a haber música en vivo con Rafael Blas Novoa y Aníbal Corniglio.

Para todos los que quieran acercarse los esperamos en la Legislatura de la Manzana de las Luces (Perú 272, casi esq. Diagonal sur) a las 18:30 hs. (puntual)

Desde ya muchas gracias.



jueves, 28 de octubre de 2010

Néstor, el nombre del difunto.

Por Gonzalo Unamuno


Finalmente hubo un día en el que nadie fue indiferente a su propia indiferencia. Fue el día de ayer, que se fue hace pocos minutos, cuando la muerte engrosó su patrimonio llevándose a uno de sus más férreos enemigos.

Murió Néstor Kirchner. Murió el ex presidente. Murió un compañero peronista, uno de esos compañeros a quienes el sólo hecho de verlos en el trajinar político nos impulsa de manera obligada, -por su empuje, por su compromiso-, a vernos a nosotros mismos como ínfimos, diminutos, escasos, y muchas otras veces, por el contrario, agradecidos, plenos, hasta omnipotentes.

A toda una generación, o a más de una, le faltó un hombre como él. Faltar no es hacer falta. Es más agudo. Es más tajante. Generaciones paridoras de ideales, y por ello de probables Néstor, nos fueron negadas por la historia en su plenitud, historia que nos devolvió, a cambio y como moneda devaluada, apenas sus restos, sus gritos silenciados en campos de tortura, el peso de sus cuerpos ampliando la fauna fluvial del Río de La Plata.

Otras generaciones simplemente no lo dieron a luz o no lo supieron ver de tan distraídas que andaban entumeciéndose el cuello por mirar encandilados al polo norte y adyacencias.

En definitiva, no tuvieron a un Néstor, no tuvieron la espalda que se cargara sobre sí las miserias que dejaron décadas de servilismo a las metrópolis del poder, de usura, de entrega, de persecución, de proscripciones, de default, de engaños reiterados bajo todos los nombres posibles. Nosotros sí. Sí lo tuvimos. Y esas esquizofrenias del destino quisieron que ese que pagó la deuda nos dejase, justamente, una deuda impagable. ¿Entonces?

Cuando no se trata solo de construir los puentes sino de alimentar también a todas las familias que viven bajo ellos, el asunto se complica y más siendo la astucia de algunos dañina y la malicia otros mortal.

El nombre del difunto, entre tantos otros, nos legó dos logros fundamentales; haber combatido como nadie la inseguridad (¿Cómo no iba a ser un país inseguro aquel país por el que el Grupo Clarín deambulase en ojotas?)

Y haber devuelto la política a las calles, a los semáforos, a las aulas, a las plazas, a los cafés, al colectivo popular y a todos esos lugares de donde nunca debió haberse ido.

Es lindo y grato poder afirmar que nuevamente la Argentina y el peronismo dieron un estadista al continente. Un trabajador sincero. Y gracias a ese estadista, casi únicamente gracias a ese estadista, debemos la recuperación de las viejas, aunque permanentes, banderas de Perón y de Eva. Porque el peronismo no es, aunque muchos los quieran, no es, no fue ni será nunca, una de esas ocasionales fuerzas políticas llamadas PRO, ARI, ALIANZA, FREPASO, y demás, que capitulan una y otra vez según sea el gobierno de turno o el tiempo histórico. El peronismo fue y seguirá siendo la expresión conciente de los trabajadores en la vida política del país, el movimiento que sacudió de uno a otro confín todo el suelo argentino, dando dignidad a los hombres que lo habitan y enaltecen.

Para algunos el nombre del difunto es sinónimo de fragmentación, de disputa, de choque. Para nosotros su nombre es una causa, y esa causa, la causa de los justos, es la que convalida y convierte en necesaria esa fragmentación, ese choque, esa disputa. Cuando no hay confrontación la historia suelen escribirla las chequeras de hienas confabuladas. Cuando no hay confrontación los perros amaestrados del imperio la tienen demasiado fácil. Se puede diferir con el adversario, pero no se tiene clemencia con el enemigo. De eso se trata. Hay trazado un camino, que por no tratarse de un camino lindo y azaroso, sólo puede ser un buen camino si se lo sigue hasta el final.

Nos queda el proyecto. Heredamos la obra. Defender a Cristina es la misión porque no estando Néstor las cosas se agravan. El dos retrocedió al uno. La dupla se amputó en su mitad. Y el enemigo lo sabe. Congelaron a Eva en el panteón de los Dioses para que fuese contra Perón y lo mismo intentaron con el Che para que acabase con Fidel. No demos herramientas para que Cristina acabe siendo el monstruo a matar en nombre de Néstor. No. Si algo debiera alumbrar más que el sol las horas que siguen, eso debe ser el país que buscamos y eso, de tan claro que está, no debe enceguecernos.

El nombre del difunto, así como su ejemplo, nos exige ser mejores. Su muerte a reflexionar. Su vida, -esa que se nos fue-, al compromiso más absoluto, que en algún tiempo pudo haber sido un derecho y hoy ruge como un deber, y más; como una última esperanza.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Esperado debut de Tomás Maver


Se viene el primer libro del poeta Tomás Maver. Este Jueves 10 de diciembre, la incesante nieve nos convoca a todos. Por la buena poesía, junto a los amigos de la editorial Huesos de Jibia, los esperamos!

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Presentamos "El vermú de la gente bien" de Gonzalo Unamuno

Gente, el miércoles 25 de noviembre a las 19.30hs, en el SanitS Bar, presentamos "El vermú de la gente bien" el nuevo libro de cuentos de Gonzalo Unamuno.
En referencia al título va a haber una pasada de Vermú, toca en vivo GEMMARUBÍ y se filma la película de la presentación. El costo del libro es de $30 y están todos invitados.

La dirección es: Lavalle 4082 (Esq. Gascón, donde nace Estado de Israel y se abre Córdoba)

martes, 22 de septiembre de 2009

Ciclo de Ciclos

Nos damos el gustazo de invitarlos a un nuevo ciclo de ciclos, con cuenteros y cuenteras, poetas y que poetas, y músicas músicas.

Un encuentro bien flauer pauer,

gratis y bueno:

VIERNES 25/09 – 21 hs

)el asunto( invita a Galundia Moera y a Lucas Funes Oliveira

Poesía Urbana invita a Adán

Milena Caserola presenta a Gonzalo Unamuno

Ezequiel Abalos a Diego Lebedinsky

Ale Raymond a Pat Morita

y Pat a Nieves Gorchs

en el Punto de Encuentro,

Hipólito Irigoyen 1440,

Congreso

INVITA: www.lavaca.org, www.poesiaurbana.com, www.milenacaserola.blogspot.com, www.elasunto.com.ar, www.lapipicucu.blogspot.com, www.ezequielabalos.com.ar

viernes, 24 de abril de 2009

Relato de un doble

Por Federico Belloni


Debería tener un sobretodo marrón. Sobre la cabeza un sombrero de color idéntico, y la leve llovizna interrogando sus ojos, esfumando la luz del farol sobre el que debería estar reposando. El cigarrillo entre sus labios, ocultos tras la sombra del sombrero que eclipsara su enigmático rostro, tan enigmático como su presencia y la aureola de fuego pulsando desde su boca. También debería: el vapor levantándose desde la calle húmeda, como un espíritu resucitado a leves golpes de rocío, y el quejido anónimo de aquel gato fundamental, incógnito y negro.
Sin embargo, todo eso no. Pero sí está la esquina, su evidente espera, el ir y venir de las salas de hospital. También falta el reloj pulsera. A intervalos más o menos breves (tres cortes de semáforo) cruza la calle y se asoma a la vidriera de la pizzería para consultar el reloj. Después vuelve a cruzar, regresa.

Hace calor. El tipo ya no cruza, pero sigue contando los tres cortes de semáforo. Con seguridad sabe cuánto tiempo pasa exactamente después de los tres cortes de luz. Los segundos que tarda en cruzar y asomarse a la ventana los considera despreciables; la ventana cuidadosamente deshabitada del otro lado del vidrio. Desde que no cruza, el semáforo cambió nueve veces. Pasaron aproximadamente quince minutos. Hace calor y no llueve. Las gotas de transpiración se desprenden de mis sienes. Algunas caen sobre las teclas de la máquina de escribir. El cono de luz que se expande desde el velador me da más calor aún, sobre todo en el perfil izquierdo de mi rostro, donde impacta directamente. Voy hacia la heladera y saco el jarro con agua. Tomo un poco y también me tiro un chorro en la nuca. Hecho el resto en el plato de Cacique, que está desparramado con toda su extensión de San Bernardo sobre el sillón. Tiene los ojos entreabiertos, cubiertos por esa membrana rojiza que lo hace parecer profundamente dormido o casi agonizando. Pero tan pronto escucha la alquimia sonora entre el agua y el metal, se incorpora y va hacia el plato. Vuelvo a llenar el botellón de vidrio y lo meto en la heladera. Me voy a sentar nuevamente al escritorio. El tipo sigue ahí. Cacique se hecha a mis pies y pone el morro sobre los dedos descalzos. Tiene saliva bajo los pellejos de la trompa. Por lo menos está más fresca que el agua.
El otro a veces mira para acá. No debe ver más que el resplandor del velador emanando desde la ventana. Pero yo lo veo de frente, directamente. Desde acá, y no lo sabe, nos miramos a los ojos. No lo sabe y por eso no le cuesta sostener la mirada. Busca en el bolsillo del pantalón como se buscan las monedas pequeñas, con la terrible posibilidad de descubrir un universo que no se limita a dos trozos de tela unidos por una costura. Con la necesidad de llegar al fondo con las yemas. Cruza nuevamente a la pizzería, entra y pide el teléfono en la barra. Es curioso, de todo lo que dice, sólo logro identificar en su modulación los insultos. Insulta bastante, pero su rostro no muestra señales de irritación. Corta, sale y vuelve a cruzar. Está nervioso, lleva largo tiempo esperando. Si fumara, en este mismo instante sacaría la caja del bolsillo de atrás del pantalón y prendería un cigarrillo. Pero no fuma. Yo tampoco fumo. Me las entiendo bien con el mate, aunque hace calor. Pero sin mate no puedo escribir.
Cacique volvió al sillón. Duerme. Tiene espasmos, mueve las patas como si estuviera escapándose de algo. La pava deja caer las últimas gotas. Entonces sé que el momento llegó. Tomo el mate hasta que el ruido al sorber marca ese punto final. Como dije anteriormente, sin mate no puedo escribir, de modo que aquí concluye el escrito.

Se saca los anteojos y con el dorso de la mano seca las gotas de transpiración atrapadas en sus cejas. Abandona el escritorio y se dirige hacia la cama con las hojas que retiró de la máquina de escribir. Lo espera una valija abierta, rebalzando de objetos. Vuelve al escritorio, abre un cajón, bucea con la mano pero no halla nada. Prueba con otro y encuentra una carpeta. Coloca las hojas en ella, saca unas camisas de la valija y la deposita en el fondo. Retira un pantalón, una camisa y el revólver y cierra la maleta. Se viste.
Toma la valija y la apoya en el suelo. Está pesada. Empuja la cama hacia un costado. Se agacha y se apoya sobre las rodillas. Tantea desde su posición casi felina, deslizando la palma de la mano a lo largo de la superficie áspera de los listones de madera. Frena su movimiento, se concentra en una indagatoria circular, casi acariciando un acotadísimo sector del suelo. Sus yemas perciben un relieve sutil, un finísimo escalón. Saca una navaja del bolsillo y la desliza en la profundidad de la hendidura. Hace un breve movimiento de palanca; la madera sede fácilmente. Con la mano izquierda levanta la tapa de madera y la apoya contra la pared. Desde lo oscuro surge un vaho fresco y húmedo. Calcula a ojo mientras le devuelve la navaja al pantalón y delata con una leve mueca la fugaz satisfacción que lo ha invadido. Tal como lo ha asegurado su amigo el espacio estaba probado, la valija de cuero azul que llevaba calzaría perfectamente en el agujero, si es que lograba descubrirlo. Debe acordarse también de arrojar el manojo de llaves. Por sobre todas las cosas el manojo de llaves (no vayas a olvidarlo). Quita a la puerta la vuelta de llave y tira el manojo dentro del hueco. Es el turno de la valija. La manija está rota. La toma de los costados y la arrima hacia su pecho. Detiene su movimiento ante la emergencia de un pensamiento que se le presenta abruptamente. No expresa la menor intención de ocultar el gesto irónico, la sonrisa jocosa que estira sus labios. Se incorpora. Mira la marca que le ha dejado el cierre de la valija en el brazo. Se asoma por la ventana. El tipo sigue ahí. Regresa. Abre la valija, remueve el contenido y tantea entre la vestimenta. La superficie de la carpeta contrasta súbita y profundamente con el tejido de las medias. La extrae y saca las hojas. Luego arroja la carpeta vacía sobre las camisas, cierra la valija y finalmente la empuja; desde aquella oscuridad emite un quejido. Coloca la tapa que completa con increíble perfección la continuidad de las betas de la madera y desliza la cama, lapidando el secreto, poniendo fin a ese rito que acaso protege contra la insolente exigencia de los temores, esa nefasta jurisdicción. (No te preocupes, le pegué a cada pata de la cama un pedazo de fieltro. No hay rastro, ninguna marca en el suelo que pueda sugerir un recorrido, una evidencia. Quedate tranquilo que si no se enteraron hasta ahora no se van a dar cuenta).
Toma las hojas y las deja al lado de la pava, excepto la última que pone en el rodillo de la máquina de escribir a la altura del último renglón. “...escribir, de modo que aquí concluye el escrito”, lee y corre la cinta hasta el final de la frase. Prefiere evitar la ceremonia de la despedida; sin embargo recorre por última vez y con los ojos la habitación. Prefiere evitar el olvido. Toma la correa de Cacique que entiende inmediatamente el lenguaje y se levanta moviendo la cola hasta la puerta. Le pone la correa y baja el picaporte para abrirla. Pero casi se le olvida. Una amonestación que lo frena de súbito, y suelta la correa y el picaporte para regresar nuevamente al escritorio. Abre el tercer cajón, el último, y se topa cara a cara con el hombre en el retrato. “Casi me olvido de vos” son sus palabras al aire. Lo toma, más con respeto que con cuidado y lo va a colocar ahí, sobre la cabecera de la cama, en el único clavo que hay en la habitación, donde debería haber una cruz de madera. Casi se santiguaría si supiera cómo, si aquel hombre del retrato pretendiera esgrimirse como un ícono religioso. Pero no resulta convincente, lo descarta por completo.
Cierra la puerta. Va hasta la salida trasera del edificio. Sale. Camina tres cuadras hacia la derecha. Luego dobla nuevamente a la derecha y hace dos cuadras. Otra vez toma la derecha y casi llegando a la mitad de la segunda cuadra se detiene en un poste de luz porque Cacique levanta la pata para orinar. Aprovecha y lo ata a la columna. “Portate bien que ahora vuelvo”, dice siguiendo la marcha. Cuando llega a la tercera cuadra se dirige por última vez hacia la derecha, cerrando la figura. Cruza la calle y camina hasta la bocacalle, donde lo espera el tipo, que está parado en la esquina de enfrente -en la puerta de la pizzería- y va a su encuentro.

- Una hora- dice el tipo y golpea con el dedo índice de la mano derecha el reloj pulsera que no tiene en la muñeca izquierda.
- Asuntos pendientes- contesta tranquilamente el hombre.
- Vengo de hablar por segunda vez con el jefe, un rato más y se jodía todo. Vamos – dice y da sus primeros pasos sobre el empedrado.

Cruzan en diagonal. Son las dos de la mañana y no pasan autos ni gente. Por sobre todo, no hay gente. Los árboles inmensos parecen cerrarse de lado a lado sobre la avenida. El hecho está consumado antes de su realización, el resto es un trámite. Esa es la sensación que tiene el tipo ante la certeza de una organización perfecta, una fuerza inviolable. El silencio es casi total, salvo por el golpe de los zapatos sobre la calle y el ladrido lejano de un perro que tal vez sólo escucha el hombre, porque reconoce en él el apuro, el reclamo de Cacique.

miércoles, 4 de marzo de 2009

NOTAS DE ANÁLISIS

Por Tom Maver


Sobre El club de la pelea, The dark knight (la nueva de Batman) y Los siete locos, de Roberto Arlt.

PARTE I: El club de la pelea o La pelea por saber perder el control

“-Is that what a man looks like?
(señalando una publicidad donde un hombre tiene la zona abdominal muy marcada)
-Oh, self-improvement is masturbation. Now, self-destruction…”


Hay en El club de la pelea el nacimiento y evolución de una sociedad secreta, conspirativa, que busca: des-cubrir las comodidades de la sociedad pop estadounidense, sacar la modorra y presidir una forma de vivir en rebeldía contra esa sociedad paralizada frente a los televisores.
En verdad no hay otra forma de vivir para ellos que no sea contra de la sociedad que desprecian, en choque con ella, y por eso se dedican a disolverla –sin poder salir en verdad de esta sociedad que detestan pues la necesitan para que su propia actividad tenga sentido. Como se verá más adelante, El club de la pelea es autodestructivo, dado que quiere aniquilar a una sociedad que, en definitiva, los incluye –aunque sea como opositores.

Ahora bien, ¿qué clase de política se perfila en El club de la pelea?¿Hay una política, o es sólo un descontento que no coagula en nada?¿Quiénes integran esta suerte de sociedad secreta?: Mozos, gente de oficina, custodios, cocineros, enfermeros: gente no excepcional, pero que persiguen ciegamente a Tyler, un personaje carismático.

El club de la pelea es autodestructivo, pero no arbitrario: no por nada empieza a formarse con estas peleas callejeras gratuitas. Gratuitas en el doble sentido: económicamente pues no cuesta dinero pelear, y en cuanto a su falta de sentido aparente: si no se pelea por dinero, entonces ¿para/por qué se pelea? ¿Contra quién pelean?¿qué buscan?¿qué extraño alivio y cambio sienten recibiendo golpes y dándolos?
Por lo que dice Tyler, desdeñan la propiedad privada, las posesiones materiales, accesorias. No siguen los modelos de vida pautados por las publicidades, las películas y el american way of life. Consideran que lo imprescindible fue tapado, saboteados los verdaderos deseos por publicidades de ropa y lujos mezquinos, necesidades suplentes, inventadas para ocupar el lugar de lo dionisíaco, para tranquilizarlo y que no ambicione con tomar el control sobre las pasiones, sino sólo sobre las compras, la fama, la imagen.
En este sentido me parece que si hay una política, es una política del espíritu, una metafísica, incluso una moral.

Quieren cambiar la vida sin tener una idea clara de cómo vivir. Quizá por eso la forma final de la sociedad secreta sea la paranoia y la esquizofrenia. Tal como termina el protagonista principal. Para aclarar: pensemos que los que ingresan al Club, de algún modo, cambian. No sólo se cortan el pelo, las uñas, para pelear, sino también cambian su actitud para con el resto de sus cosas, como si la verdadera vida sea esa de las peleas, y no la antigua vida anónima, rutinaria, de oficina. Con Rimbaud, podrían decir: “La verdadera vida está en otra parte”. Empiezan a ser críticos de todo lo que ven: La frase del comienzo de este trabajo fue dicha por Tyler cuando el otro le pregunta cómo se debe ver un hombre. Sin embargo, y a pesar de todo esto, la película termina por mostrar un cambio que se da solamente en el plano “mental” del personaje principal: está loco, esquizofrénico. Entonces, en el fondo, ¿qué cambia? Con Tyler asesinado por el propio protagonista, ¿eso queda? ¿Un simple oficinista temeroso que, por fin, se volvió “normal” matando, reprimiendo, su otro lado?
Si en un primer momento el cambio en la vida implicaba una crítica desde el pensamiento y la acción, al final es meramente la represión que sobre cada conciencia aplica la sociedad que querían cambiar.

Socavar la sociedad desde la sociedad misma, volverla en su contra (como una enfermedad mental con el enfermo). No apelan a la historia, a otras formas posibles de sociedad, a otros países. No pueden ver por fuera de donde están, de ellos mismos, por eso no hay otra salida que la destrucción de lo único que conocen.

Socavar la sociedad a partir de ella, con lo que ella nos provee: explosivos caseros, armados a partir de aquello que nos rodea y que no sabemos que puede usarse para destruir. “Algo estudia uno para destruir la sociedad”, dice Erdosain, protagonista de Los siete locos. Ellos no estudian, pero aprenden de Tyler para después hacérselo conocer al resto de la sociedad: quieren ser los pedagogos de la destrucción, enseñarla, hacer partícipes a los demás que la integran.

Como dice Sylvia Saítta sobre Arlt, hay un uso de ‘otros saberes’. Si en Arlt eran la galvanoplasia, los inventos, los ‘saberes del pobre’ sacados de revistas baratas de divulgación, en El club de la pelea, a la vez que buscan destruir la sociedad, concientizarla por el terror, además vienen a mostrar lo cerca que siempre estuvimos de los medios para eso, y lo ciegos que nos volvieron. Hay que abrir los ojos, desarmar la ‘ilusión de seguridad’ de una salida de emergencia en una avión a 3000 metros de altura, saber que el oxígeno de las máscaras en realidad nos ponen high para aceptar el destino fatal y no volvernos locos de miedo. Hay que conocernos, experimentar con lo límite, con el dolor, el miedo, desbaratar lo normal, aceptar y recibir el sufrimiento, lidiar con él, entender la falacia del dinero, de la fama, de la imagen que están para dominar lo que con un par de peleas callejeras deja de importar.

En ese sentido son anarquistas: no piensan en un gobierno. A diferencia de Los siete locos, estos no van más allá del complot. No piensan una forma de gobierno, sus ideas terminan en la destrucción. Aunque en realidad tampoco es una destrucción del gobierno, no es política sino del espíritu, como dije antes: son morales y metafísicos los objetivos de Tyler. Liquidar costumbres que nos matan el deseo, a las que sin darnos cuenta estamos resignados. Piensan una forma de libertad, de desarmar el discurso de la televisión, las publicidades que no nos dejan tiempo siquiera de saber que existen otras formas de vivir. Las personas que ingresan al club de la pelea, son gente que está necesitando algo que los dé un propósito en esta vida que la sociedad donde viven no puede proveerles.

Y por eso el final es tan abrupto. Porque no se puede pensar más allá de ese desfalco a los bancos. Ahí tiene que terminar la película porque desde ahí ya no hay a dónde avanzar.
Pero pensemos que por ejemplo la idea de progreso esta sociedad no sólo no la desconoce sino que está a merced de ella. Si aceptamos esto, podemos pensar que esta organización disolvente aunque organizada (sistema de reclutación, de trabajo, particular nomenclatura de sus socios, reglas generales, etc), con un líder visible que a medida que la organización crece se torna cada vez más enigmático, va agrandándose, dando mayor alcance a sus objetivos, teniendo más adeptos: es decir que, de algún modo, la organización progresa en términos empresariales. Por más que no tenga una base económica, aspira a liquidar los centros financieros del país. Así entra en el orden de una empresa comercial exitosa, una sociedad anónima en definitiva: socios sin nombre, líderes invisibles, sedes por todos lados.

Quiero decir:¿por qué no hacer una suerte de guerra de guerrillas? Y la respuesta me parece que es ésta: porque no pueden salir de lo que son. Ellos son eso mismo que detestan, y no pueden más que acoplarse, seguir los pasos de lo que conocen –una empresa organizada para lucrar- para, después, destruirla y (¿o para?) destruirse.

Lo que muestra la película no sólo es una traición, una debilidad, sino también un alto desprecio de los personajes por sí mismos, o de una sociedad por sí misma.

Porque también puede leerse como ironía que sea justamente Brad Pitt quien dice: “We are by-products of a lifestyle obsession. Murder, crime, poverty, these things don’t concern me. What concerns me are celebrity magazines, television with 500 channels, some guy’s name on my underwear. (…) I say: never be complete (…) Let the chips fall where they may.” Pero, ¿no es acaso Brad Pitt el símbolo de todo eso que Tyler detesta y que dice que hay que echar por al borda?

Un mensaje que quiere en principio ser disolvente con respecto a la sociedad moderna no puede más que terminar por traicionarse en la pantalla del cine que mira un señor con la familia comiendo pochoclos y tomando Coca-cola.
El éxito final lo tiene la sociedad consumidora que, déjenme hacer un paréntesis, lleva a que la Academia de los Oscars premie siempre aquello que esa misma sociedad margina y desprecia: Shine, My name is Sam, Forest Gump, Dead man walking, Quills, sólo por nombrar unas pocas. Pero una sociedad individualista, que piensa en el éxito, para sentirse bien consigo misma, tiene que premiar a los actores que representen locos, enfermos, asesinos condenados a muerte, artistas extravagantes, pobres, retrasados mentales.
Esta misma sociedad es la que de algún modo obliga que a este personaje esté loco y no cuerdo. Y no sólo eso, sino que este esquizofrénico (otra aclaración: Edward Norton no tiene nombre) termina por matar a su parte rebelde, revoltosa, viva, dionisíaca, (con nombre y apellido: Tyler Durden) para que encima la película tenga por escena final a este personaje, ya libre del mal, ya normal, dándole la mano a la chica –aclaración: en una película donde todo el tiempo el amor burgués de clase media es dejado de lado por una pasión sexual insaciable, inconforme. Además la falta de realidad de esa escena final, donde las torres de los bancos se derrumban (véase la destrucción del hospital en Batman, the Dark Knight como para confrontar), viene a darnos, junto con lo antes dicho, la tranquilidad de que sólo es una película, y el personaje sólo un loco –que por suerte se “mejora”.
A la escena final se le saca la fuerza de las ideas para darle la debilidad de un efecto especial mal hecho.
Si el Astrólogo lo que hace continuamente es hacer creer a sus interlocutores que cada uno de sus planes descabellados para destruir la sociedad son posibles, El club de la pelea viene a sacarle credibilidad a la imaginación, poder a las ideas y provocaciones a lo dicho por Tyler. En suma, a ser materialista, dar solamente hechos, información para que la audiencia comprenda que el otro está loco. El final viene a corregir a Tyler.

Véase por ejemplo la frase del comienzo de este trabajo. O si no ésta: “Hitting the bottom isn’t a weekend retreat. It’s not a goddamned seminar. Stop trying to control everything and just let go”. Piénsese en las escenas en que Tyler le quema la mano al otro, o cuando, en busca de nuevas experiencias, se dejan llevar por el auto hasta chocar. O cuando Tyler hace que el departamento del otro vuele en pedazos. O, sin ir más lejos: las peleas. Dos citas más para que se vea bien las ideas fuertes que hay detrás de este “loco”:
“In the world I see you’re stalking elk through the Grand Canyon forests around the ruins of Rockefeller Center.”
“I see all this potential and I see it squandered. Goddamn it, an entire generation pumping up gasoline, waiting tables, slaves with white collars. Advertising has us chasing cars and clothes. Working jobs we hate so we can buy shit we don’t need. We’re the middle children of History. No purpose or place. We have no Great War, no Great Depression. Our great war is a spiritual war, our great depression is our lives.”

Entonces digo, algo que comienza tan peligroso, descontento, imprudente, disconforme, insumiso, lúcido, termina domesticado por aquello mismo contra lo que luchaba. El individualismo de la sociedad pop estadounidense se manifiesta acá de modo exacerbado, triunfando sobre esta sociedad secreta que intenta que este individualismo salga del hermetismo de las ideas que acepta pasivamente, este complot que busca que el individuo se desborde, salga de sí mismo y se vuelva irreconocible para la sociedad de corbata y camisa.
Cuando Tyler le quema la mano le dice que no se vaya del dolor, que se concentre por sentirlo plenamente, hasta que el sufrimiento toque algo parecido al placer de estar viviendo, sintiendo. Eso es justamente lo que en el final no se hace. El protagonista, después de matar a Tyler (habría que decir primero, que esto sucede después de que la película haga del protagonista un loco), se queda con esa parte suya que protege ese individualismo Holywoodense: la parte temerosa, conciliadora, familiar, lógica, predecible, exitosa, normal, anónima.

Hago hincapié en esta locura porque es el modo de que todo se vuelva tranquilamente irreal, pierda esa fuerza con que venía siendo: es decir que sea algo posible. Al final no era más que el desvarío de un loco, y así se le quita responsabilidad sobre lo que hizo, se le quita la conciencia que vimos que tiene, y todo el valor de sus acciones quedan anuladas para tranquilidad del señor y su familia que, por suerte, del susto no volcaron su Coca-Cola.


PARTE II: The Dark Knight o La organizada mente del caos.

Con The Dark Knight, en lo primero que pensamos es en el Guasón. Es el personaje principal, sin dudas, alrededor del cual gira la película entera.
Porque cuando pensamos en el Guasón no pensamos en una sociedad secreta, en una agrupación. A lo sumo sería una en la que sus miembros apenas sean ayudantes externos, prescindibles. El Guasón es uno solo, ya que el caos, y él viene a decirlo, se puede lograr con un uno nomás: toda una ciudad estructurada, organizada, pierde cohesión y fuerza ante un hombre decidido.
Ya Arlt había dicho en Los siete locos que eran necesarios una veintena de hombres para tomar el poder de una ciudad.

¿Pero qué hay detrás de este personaje alrededor del cual gira toda la película? Este personaje que se va construyendo a medida que avanza la película, descubriéndose y no tanto. Porque Dos Caras sufre un cambio, una transformación. El Guasón no. Y esto es fascinante: no cambia y sin embargo es difícil terminar de conocerlo del todo. Las preguntas que se hacen los que están con él en el robo del banco en las primeras escenas son las mismas que no podemos contestar al final.

Todo lo que tenga que ver con el Guasón empieza y se muestra con una terrible arbitrariedad, como algo gratuito. Y vuelvo a esto de lo gratuito: económicamente, y también en cuanto a las intenciones. Acá hay una profunda zona de contacto entre las dos películas. Esta cita es de El club de la pelea: “¿Did you know if you mix gasoline and frozen orange juice you can make napalm? (...) One can make all kind of explosives with simple household items”
Ésta es de The Dark Knight: “-Joker-man, what you do with all your money?
-You see, I’m a guy of simple tastes… I enjoy dynamite, gunpowder, and gasoline. And you know the thing that they have in common? They’re cheap.”

Esto refuerza la idea de que ingresar el caos en la sociedad es relativamente fácil, al alcance de cualquiera. Él mismo dice: “Do I really look like a guy with a plan? You know what I am? I’m a dog chasing cars. I wouldn’t know what to do with one if I caught it. You know, I just do things.”
Un poco más adelante dice: “The Mob has plans. The cops have plans. Gordon’s got plans. You know, they’re schemers. Schemers trying to control their little worlds. I’m not a schemer. I try to show the schemers how pathetic their attempts to control things really are.”

¿A favor de quién está, entonces? Sucede que el Guasón es un idealista, por eso es invencible, insobornable, intratable.
El mayordomo de Batman, Alfred, da una explicación muy interesante, por eso quiero citarla completa, con la parábola que usa, antes de rebatirla:
“- A long time ago I wan in Burma and my friends and I were working for the local government. They were trying to buy the loyalty of tribal leaders by bribing them with precious stones. But their caravans were being raided in a forest north of Bangoon by a bandit. So we went looking for the stones. But in six months we never met anyone who traded with them. One day I saw a child playing with a ruby the size of a tangerine. The bandit had been throwing them away.
- So why steal them?
- - Because he thought it was a good sport. Because some men aren’t looking for anything logical, like money. They can’t be bought, bullied, reasoned or negotiated with. Some men just wanna watch the world burn.”

En pocas palabras, habla del Guasón como alguien sin ningún tipo de fundamentos para lo que hace. Y lo que me parece notable de este parlamento es que Alfred dice que hay hombres que no persiguen cosas lógicas, como el dinero. Es decir que el dinero es algo lógico. Y yo creo que ahí es justamente donde Alfred se equivoca. Porque, y el Guasón lo dice, a él no le importa el dinero. No hace las cosas por dinero y por eso está por encima de la mafia y de los policías y políticos corruptos (por el dinero o el poder). Ya lo dije, es un idealista: “I’m an agent of chaos”. Si bien el dinero tiene su lógica, el caos también lo tiene: “And you know that thing about chaos? It’s fair”.

Sin embargo, el Gausón es cualquier cosa menos un improvisado. Alfred tiene un poco de razón cuando dice que él no persigue el dinero, pero no la tiene cuando dice que no persigue algo lógico. No quiero quitarle mérito al Guasón de ser el único que no tiene planes, pero es evidente que conoce demasiado a sus enemigos como para no adelantarse a ellos, saber qué quieren y qué van a buscar en cada momento. Por eso, en verdad él sí tiene sus planes, descabellados, fruto de la demencia e incoherentes para cualquiera que no sea él mismo, pero planes al fin. Sucede que su lógica es demasiado enrevesada para los demás. Fijense que Alfred no puede dejar de pensar en el dinero como algo lógico, cuando podría haber dicho que tiene su propia lógica. El Guasón tiene la suya.
Hay una cita de Juan José Saer que viene al caso, de su novela La pesquisa: “El azar puede ser devastador, pero nunca es metódico ni meticuloso. Y aunque es verdad que, desde cierto punto de vista, todo lo que se refiere a los actos humanos es locura, sería prudente reservar esa palabra para designar algo específico y que es, no extraño a la razón, sino el resultado de una razón propia que ordena el mundo según un sistema de significaciones sin fisuras, y por eso mismo impenetrable desde el exterior. Morvan sabía que la puesta en escena que se desplegaba en la habitación tenía un sentido para el que la había organizado, pero ese sentido nunca se haría evidente a nadie que no fuese su propio organizador.”
Hay una lógica deseperada, insoportable, detrás de su demencia que organiza, llenando de sutilezas, las redes que atrapan y revelan la incoherencia de los demás, sus vanos intentos por ordenar la vida, de volverla legible, comprensible.

El Guasón viene a demostrar la falacia de los planes, el engaño del orden, y su arbitrariedad. “Nobody panics when things go ‘according to planned’. Even if the plan is horrifying.” Cualquier cosa, todo puede ser visto como algo ordenado, bajo control. Lo peligroso es empezar a verlo como algo de pronto ilógico, ordenado arbitrariamente por el azar o la costumbre o el miedo. Es un poco de lo que hablaba Tyler: poder ver de frente esa ilogicidad que las publicidades y películas y los diarios y la televisión nos dicen que hay que hacer, los modelos a seguir, las pautas bajo las cuales someternos.

Todo orden es de por sí frágil. Por eso tiene siempre una organización policíaca (o un ejército) que la defienda. Lo primero que hace un gobierno es esto mismo, mantener el orden por el cual él mismo llegó a ser gobierno.

Desde el comienzo de la película se vio que el Guasón estaba siempre adelantado con respecto a los demás, porque conocía siempre los motivos por los cuales cada uno actuaba. Su plan, o parte de él, es confundir. Las primeras escenas por ejemplo, donde todo el robo es llevado a cabo por los demás que se van matando entre sí, que no saben cómo es el Guasón más que de oídas. Y fíjesnse lo que dice al finalizar con éxito el robo: “What not kills you, makes you... stranger”. Si no, pensemos en las diferentes versiones que da cada acerca de sus cicatrices. Con todas provoca, confunde, y a la vez crea y desarregla su propia imagen.

Eso debe ser lo que asusta: que un loco empiece a hablar cuerdamente acerca de su locura, que desvaríe y tenga razón. ¿Algo más incontrolable que esta lucidez?

El Guasón en esta película es el payaso que no ríe, sino que directamente atormenta con cinismo y, a veces con sadismo. Pienso en las diferentes historias que involucran sus cicatrices, en las que a él le tajean la cara, o se la tajea por amor. Su deformación, por decirlo de algún modo, se ve complementada por la propia deformación de la realidad, por la invención de historias acerca del origen de las cicatrices, de su conducta, etc. En las dos historias que cuenta, hay violencia y malicia y, yo diría, matices de pobreza y marginalidad, donde el Guasón siempre es la víctima. ¿No es fascinante que en sus historias, que él cuenta por voluntad propia, como una provocación, se ponga en el lugar de la víctima? Como diciendo que él sale de un ambiente de pobreza. Pero nos queda la pregunta de si esa violencia que supuestamente sufrió es la que reproduce ahora, de grande, o si es al revés, que de grande se inventa ese pasado casi con placer.
Si recordamos, Jack Napier, el anterior Guasón (Jack Nicholson), sufre un accidente: cae, a causa de Batman, en una “tina de mezclas químicas” (según Wikipedia). En pocas palabras, este nuevo Guasón no tiene esos rasgos que tenía el viejo Guasón, de cierta clase. Si pensamos, éste caminaba erguido, con la ropa y el maquillaje completamente pulcros, el peinado perfecto. Un criminal que estaba a la altura de un empresario que va a una fiesta. Pero este nuevo Guasón es más vale un desfachatado de aspecto siniestro con un pasado desconocido, y lo poco que conocemos, y que para peor es contado por él mismo, porque quiere contarlo, son tétricas historias familiares. Es un criminal más bien de los suburbios, un oscuro Oliver Twist del siglo XXI que deviene en un delincuente que desafía el orden establecido; un pobre que, cosa terrible, no desea dinero.

Un poco como Tyler de El club de la pelea, el Guasón pone a prueba a los demás personajes y al resto de la ciudad también. Los hace elegir, y de algún modo cuestiona la idea de voluntad: ¿qué se elige en verdad cuando es otro el que da las opciones a elegir? ¿Cuando es otro el que nos encierra en un sistema ideado por él mismo, con sus propias leyes? ¿Cuál es nuestra voluntad, cuando lo que hay para elegir es morir o matar?

Me interesa el cambio que el Guasón introduce en Dent. No sólo cambia de aspecto, sino sobre todo de ideas. Dejando de lado la venganza que lleva a cabo Dos Caras, es notable su sentido de “justicia” ligado a la suerte de la moneda. Me parece que aplica las ideas que el Guasón le comunica en el hospital antes de volarlo: “Introduce a little anarchy, upset the established order and everything becomes chaos. I’m an agent of chaos. Oh, and you that thing about chaos? It’s fair.” La moneda es justa: nadie decide, porque la elección para éstos está ligada a esa ilusión de orden (moral) que representa Batman.

Además parte de este orden Batman lo desconoce verdaderamente. Por ejemplo Alfred le esconde la carta donde Rachel le decía que amaba a Dent, con quien se iba a casar. Alfred prefiere que Batman viva en la mentira que lo haga sentirse bien consigo mismo: que Rachel lo amaba por a pesar de Dent. Éste es uno de los tantos órdenes que no hay que alterar, porque no hay el coraje para sobrellevarlo.



Como para terminar

¿Hay un descontento o una final conciliación en estas películas? ¿Se llega hasta el final o quedan a medio camino, conformes con poco, mediocres, temerosos de sí mismos?

¿Por qué The Dark Knight termina siendo una enseñanza moral? ¿Acaso no nos enseña más el Guasón con su negatividad o, visto desde otro ángulo, con su plena afirmación? Por eso me parece que The Dark Knight, para terminar de dar su mensaje acerca de lo que aprendemos con Batman, o de Batman, no puede darse sino con la desaparición del Guasón. En efecto, ¿qué sucede con él? Hay que abandonarlo, dejar de mostrarlo, de narrarlo. Con su simple presencia, lo que se quiere contar de Batman pierde sentido: el mensaje moral acerca del Bien y del Mal, de la voluntad humana, de la Bondad que duerme en el corazón de los ciudadgotiquenses, etc, se organizan a partir de la ausencia del Guasón.

¿Por qué El club de la pelea traiciona todo lo que viene proponiendo? ¿Cuál y cuán arraigada está esa debilidad y ese miedo para poder acallar todo lo anterior?
Una sociedad exhibicionista, donde cada uno tiene que mostrar qué hace, qué tiene, una sociedad donde no hay tiempo para conocerse, donde nadie muestra exactamente quién es, sino qué estereotipo está siguiendo: ¿qué esconde en verdad? y ¿por dónde se filtra esa parte que se reprime, dónde estalla?
¿Dónde quedó la frase del protagonista de El club de la pelea: “Quería destruir algo bello”?
¿Por qué no pueden estas películas actuar, no digo ya en la realidad, cosa demasiado difícil, pero solamente actuar dentro de la misma película, que se resuelva fílmicamente estas partes reprimidas? Quizá se hayan dado cuenta del poder que tiene el arte, en sus variadas formas, de destruir algo tan bello como un espectador y sus prejuicios.