jueves, 28 de octubre de 2010

Néstor, el nombre del difunto.

Por Gonzalo Unamuno


Finalmente hubo un día en el que nadie fue indiferente a su propia indiferencia. Fue el día de ayer, que se fue hace pocos minutos, cuando la muerte engrosó su patrimonio llevándose a uno de sus más férreos enemigos.

Murió Néstor Kirchner. Murió el ex presidente. Murió un compañero peronista, uno de esos compañeros a quienes el sólo hecho de verlos en el trajinar político nos impulsa de manera obligada, -por su empuje, por su compromiso-, a vernos a nosotros mismos como ínfimos, diminutos, escasos, y muchas otras veces, por el contrario, agradecidos, plenos, hasta omnipotentes.

A toda una generación, o a más de una, le faltó un hombre como él. Faltar no es hacer falta. Es más agudo. Es más tajante. Generaciones paridoras de ideales, y por ello de probables Néstor, nos fueron negadas por la historia en su plenitud, historia que nos devolvió, a cambio y como moneda devaluada, apenas sus restos, sus gritos silenciados en campos de tortura, el peso de sus cuerpos ampliando la fauna fluvial del Río de La Plata.

Otras generaciones simplemente no lo dieron a luz o no lo supieron ver de tan distraídas que andaban entumeciéndose el cuello por mirar encandilados al polo norte y adyacencias.

En definitiva, no tuvieron a un Néstor, no tuvieron la espalda que se cargara sobre sí las miserias que dejaron décadas de servilismo a las metrópolis del poder, de usura, de entrega, de persecución, de proscripciones, de default, de engaños reiterados bajo todos los nombres posibles. Nosotros sí. Sí lo tuvimos. Y esas esquizofrenias del destino quisieron que ese que pagó la deuda nos dejase, justamente, una deuda impagable. ¿Entonces?

Cuando no se trata solo de construir los puentes sino de alimentar también a todas las familias que viven bajo ellos, el asunto se complica y más siendo la astucia de algunos dañina y la malicia otros mortal.

El nombre del difunto, entre tantos otros, nos legó dos logros fundamentales; haber combatido como nadie la inseguridad (¿Cómo no iba a ser un país inseguro aquel país por el que el Grupo Clarín deambulase en ojotas?)

Y haber devuelto la política a las calles, a los semáforos, a las aulas, a las plazas, a los cafés, al colectivo popular y a todos esos lugares de donde nunca debió haberse ido.

Es lindo y grato poder afirmar que nuevamente la Argentina y el peronismo dieron un estadista al continente. Un trabajador sincero. Y gracias a ese estadista, casi únicamente gracias a ese estadista, debemos la recuperación de las viejas, aunque permanentes, banderas de Perón y de Eva. Porque el peronismo no es, aunque muchos los quieran, no es, no fue ni será nunca, una de esas ocasionales fuerzas políticas llamadas PRO, ARI, ALIANZA, FREPASO, y demás, que capitulan una y otra vez según sea el gobierno de turno o el tiempo histórico. El peronismo fue y seguirá siendo la expresión conciente de los trabajadores en la vida política del país, el movimiento que sacudió de uno a otro confín todo el suelo argentino, dando dignidad a los hombres que lo habitan y enaltecen.

Para algunos el nombre del difunto es sinónimo de fragmentación, de disputa, de choque. Para nosotros su nombre es una causa, y esa causa, la causa de los justos, es la que convalida y convierte en necesaria esa fragmentación, ese choque, esa disputa. Cuando no hay confrontación la historia suelen escribirla las chequeras de hienas confabuladas. Cuando no hay confrontación los perros amaestrados del imperio la tienen demasiado fácil. Se puede diferir con el adversario, pero no se tiene clemencia con el enemigo. De eso se trata. Hay trazado un camino, que por no tratarse de un camino lindo y azaroso, sólo puede ser un buen camino si se lo sigue hasta el final.

Nos queda el proyecto. Heredamos la obra. Defender a Cristina es la misión porque no estando Néstor las cosas se agravan. El dos retrocedió al uno. La dupla se amputó en su mitad. Y el enemigo lo sabe. Congelaron a Eva en el panteón de los Dioses para que fuese contra Perón y lo mismo intentaron con el Che para que acabase con Fidel. No demos herramientas para que Cristina acabe siendo el monstruo a matar en nombre de Néstor. No. Si algo debiera alumbrar más que el sol las horas que siguen, eso debe ser el país que buscamos y eso, de tan claro que está, no debe enceguecernos.

El nombre del difunto, así como su ejemplo, nos exige ser mejores. Su muerte a reflexionar. Su vida, -esa que se nos fue-, al compromiso más absoluto, que en algún tiempo pudo haber sido un derecho y hoy ruge como un deber, y más; como una última esperanza.