viernes, 20 de febrero de 2009

Duelo de Poeta Carnivoro

Por Sebastian Molina (Poeta y Narrador de las Islas Canarias)


Porque así me lo contabas cuando concluías que la especie es machista, que el hombre no tiene la culpa de ser machista, que tú no tenias la culpa de posicionar aquella pistola en la sien de aquel mastodonte que te provocó en el recordado bar Rioplatense, mientras con sus brazos rodeaba a la tuya, a la solo tuya piba de cabellos negros y tez blanca. Rompiéndote las pelotas te dijo que “no sabia que estabas invitado” y ahí estallo tu orgullo de gaucho herido. Fuiste a buscar la pistola, y regresaste con el “como queré que me ponga la puta que te parió” y el fierro se puso duro entre los dos y era frío y dolía.
Y me argumentabas como aconsejaron a tu familia en la perrera, que es mejor una hembra, que el macho en celo te deja por una perra, pero la hembra nunca deja a su dueño.
Y volviste al bar y a la pistola, donde tu mano de hierro escupía el “tú, concha de tu madre”. Se cagó encima mientras decía entre palabras tartamudas que disculpa, que no sabía, que la vi sola y pensé.
Y entonces tu, poeta de sangre peronista, te echaste fuera del tumulto con la velocidad a la que palpitaba el corazón en la sien del retado, duelo de machos, respeto de argentino mancillado. Te esquivaría por siempre creyendo que estabas loco, desconociendo que padecías pasión de poeta devorador de palabras hechas de carne.
Y que otra cosa podías hacer tú, conjurador de palabras, sino esperar todo un mes de tus disculpas y sus reproches hasta que te volviera hablar tu musa asustada de gaucho duelo de comedores de carne. Y pedías retornar su amor alegando que la pistola era solo de aire comprimido, que solo disparaba balines para matar conejos o palomas, que era de mentira pero que ambos sabíamos que también era de verdad.
Y que tu penitencia a tanta hombría fue que te dejara varado los 30 días que tarda en regresar la luna nueva. Así me lo contabas, poeta de lastre argento, con tu elocuencia porteña en aquel otro bar flamenco de Madrid, donde una mina te rompía la pasión mostrándote sin pudor unos floreros de sobacos y un selva en las piernas, porque según ella la depilación era cosa del machismo.

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